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Aquel día habíamos ido a la excursión del otoño con el cole. Fuimos a Navalmedio a coger setas y mi amiga Violeta me llenó la cabeza de pájaros. Su madre, que es ingeniera de montes, le había enseñado a mirar la naturaleza con unas gafas verdes muy bonitas, estaba tan contenta que me las prestó a mí también para poder ver lo que ella veía.

¡Ahí un níscalo! ¡ahí un boletus! Fue ponérmelas y percatarme de un montón de vida que estaba a mi alrededor y antes no veía, también, del impacto que yo tenía sobre ella. Para que las setas sigan saliendo y otros animales puedan vivir bajo su techo hay que recogerlas en una cesta de mimbre para que las esporas se repartan por el bosque. Igual pasa, me explicó Violeta, con las personas: para que la vida sea posible debemos ser conscientes de que cada pequeña cosa que hacemos genera impacto, efecto mariposa lo llaman.

Siempre había pensado que mi casa era pequeña, en el balcón no cabe una maceta, comparto habitación con mis dos hermanas, de una pared a otra del baño doy una brazada y los muebles son plegables porque no caben todos a la vez. Pero aquel día de otoño mi casa se expandió, las paredes se separaron, cayeron muros y en el suelo creció la hierba, salieron flores, las ventanas desaparecieron y en su lugar el cielo ocupó el espacio y ahora… parece que el mundo es mi casa.

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El mundo es mi casa

Serie El mundo es mi casa

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